Microrrelatos

El dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
                                                            Augusto Monterroso   

Un microrrelato es un texto narrativo breve. Puede reducirse a una o dos líneas o extenderse hasta las trescientas palabras, pero su extensión será siempre muy inferior a la de un cuento. A los microrrelatos se les ha llamado "narraciones mínimas" o "minicuentos". Tienen algunas características propias que debes tener en cuenta:

  • Es una historia mínima que necesita pocas líneas para ser contada, no el resumen de un cuento más largo.
  • Uno o dos personajes. Aunque puede haber alguna excepción, por lo general, para un microrrelato tres personajes ya son multitud.
  • Es muy importante seleccionar lo que se cuenta (y también lo que no se cuenta), y encontrar las palabras justas que lo cuenten mejor.
  • En un microrrelato el título es esencial. Un buen título es una parte importante de un microrrelato.


El parto

Tres días de parto y el hijo no salía.

—Tá trancado. El negrito tá trancado —dijo el hombre.

Él venía de un rancho perdido en los campos.

Y el médico fue.

Maletín en mano, bajo el sol del mediodía, el médico anduvo hacia la lejanía, hacia la soledad, donde todo parece cosa del jodido destino; y llegó y vio.

Después se lo contó a Gloria Galván:

—La mujer estaba en las últimas, pero todavía jadeaba y sudaba y tenía los ojos muy abiertos. A mí me faltaba experiencia en cosas así. Yo temblaba, estaba sin un criterio. Y en eso, cuando corrí la cobija, vi un brazo chiquitito asomando entre las piernas abiertas de la mujer.

El médico se dio cuenta de que el hombre había estado tirando. El bracito estaba despellejado y sin vida, un colgajo sucio de sangre seca, y el médico pensó: No hay nada que hacer.

Y sin embargo, quién sabe por qué, lo acarició. Rozó con el dedo índice aquella cosa inerte y al llegar a la manita, súbitamente la manita se cerró y le apretó el dedo con alma y vida.

Entonces el médico pidió que le hirvieran agua y se arremangó la camisa. 

Eduardo Galeano


Cuento de arena

Un día la ciudad desapareció. De cara al desierto y con los pies hundidos en la arena, todos comprendieron que durante treinta largos años habían estado viviendo en un espejismo. 

                                                                                                                                       Jairo Aníbal Niño


Un sueño

En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben. 

Jorge Luis Borges

Música

Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.

Y otra vez silencio.

Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba algo.

La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:

-¡La música de papá, no te la creas…! ¡Se la inventa!

Ana María Matute

El vengador

El cacique Huantepeque asesinó a su hermano en la selva, lo quemó y guardó sus cenizas calientes en una vasija. Los dioses mayas le presagiaron que su hermano saldría de la tumba a vengarse, y el fratricida, temeroso, abrió dos años después el recipiente para asegurarse que los restos estaban allí. Un fuerte viento levantó las cenizas, cegándolo para siempre.

                                                                                                                                           Óscar Acosta
El miedo
Una mañana nos regalaron un conejo de indias.

Llegó a casa enjaulado. Al mediodía le abrí la puerta de la jaula.Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.    

                                                                                                                                         Eduardo Galeano

Novela de terror

Me desperté recién afeitado.

                                                                                                                                         Andrés Neuman

La dicha de vivir

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.

-Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?

-Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el apóstol-. Es como si aquel volviera a nacer en la pureza del párvulo…

-Así lo creía y por eso vengo.

-¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?

-Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.

Leopoldo Lugones


Carta del enamorado
Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.

                                                                                                                                            Juan José Millás
Amenazas

-Te devoraré -dijo la pantera.

-Peor para ti -dijo la espada.

                                                                                                                                    William Ospina


La carta
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.
                                                                                                                                           Luis Mateo Díez

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